Hace aproximadamente siete años que trabajo en el ámbito de la
sexualidad, los derechos, los placeres y la discriminación; atendiendo de
manera individual y colectiva a jóvenes, adolescentes y personas adultas; cómo
también al colectivo de personas que se dedican al trabajo sexual. Hoy me gustaría hacer una reflexión sobre el
trabajo sexual, las trabajadoras del sexo y toda la carga ética, moral y social
que padecen por el mero hecho de dedicar su cuerpo y su tiempo a ofrecer
servicios de carácter sexual a cambio de dinero. Hablo sobre trabajo sexual y
no bajo el concepto de prostitución, ya que este segundo criminaliza, vulnera y
victimiza a la mujer que lo ejerce; ojo que nos podemos encontrar con varias
realidades, personas (ampliamos el abanico a mujeres y hombres cis y personas
Trans*) que se encuentren en situación de prostitución y otras personas bajo los
parámetros del trabajo sexual. Sé que para una gran parte de la población no
coincidiremos en esta reflexión de catalogar el trabajo sexual como una
actividad laboral, dado que para muchos y sobre todo muchas relacionan este
tipo de servicio como una derivación del sistema patriarcal donde contempla la
mujer como un objeto sexual. Y sí, hay una lógica en todo eso, pero no todo el
mundo se encuentra en esta situación de vulnerabilidad jerárquica del sistema
en cuanto a la toma de decisiones y autonomía; aunque si todo el colectivo de
personas trabajadoras del sexo se encuentra en una situación vulnerable de
derechos civiles, sociales y laborables.
Aunque el artículo no lo quiero enfocar a dichos derechos, pero sí en
otro tipo de derechos, por ejemplo, el derecho al placer (aunque sea retribuido
económicamente), a la autonomía y autogestión, y a la libertad y visibilización
social, fuera de estigma social y discriminación.
¿Por qué seguimos desprestigiando, apartando, invisibilizando,
victimizando y estigmatizando a las personas, pero sobre todo a las mujeres
trabajadoras del sexo? ¿Por qué están clasificadas a la más baja escala social?
Por qué si habláramos de una mujer nacional, sin responsabilidades familiares y
trabajadora del sexo, ya de por sí socialmente está discriminada por hacer de
su cuerpo una fuente de ingresos económicos, pues imaginaros la presión social
y discriminación que puede vivir una mujer que es madre, inmigrante, con
papeles o sin ellos, y que su actividad laboral es el trabajo sexual, ¿cuál es
el adjetivo con el que la clasificamos?
Quizás porque durante muchísimos siglos a las mujeres se nos ha
prohibido el placer sexual, se nos ha prohibido el poder tener una vida lúdica
y de gozo, se nos ha prohibido escuchar nuestro cuerpo e instinto, se nos ha
prohibido la auto-estimulación, prohibido también el descubrimiento de nuestra
sexualidad, se nos ha negado el poder de decisión sobre nuestro cuerpo y sobre
nuestras vidas, se nos ha negado ser libres y autónomas, se nos ha adoctrinado
para obedecer y complacer al otro cuando el otro lo desee sin pararnos a pensar
en lo que queremos nosotras… todo esto y
mucho más hace que siglo tras siglo y año tras año sigamos arrastrando
pensamientos y conceptos tradicionales que nos dañan y dañan nuestra libertad
sexual; no solo la libertad sexual de las trabajadoras del sexo, si no de todo
el conjunto de mujeres, porque si cambiamos éste pensamiento paternalista y
discriminador que a día de hoy, como he comentado hace un instante sobre el
estigma que padece el colectivo, avanzaremos en política y convivencia social
fomentando el respeto, la diversidad, la libre elección y la tolerancia de la
personas que forman nuestra sociedad.
Para
finalizar me gustaría hacer una comparativa de género… ¿qué pensamos sobre los
trabajadores del sexo? No en el sentido de hombres que practican sexo con otros
hombres (éstos también sufren estigma y discriminación semejante al de la
mujer), sino con el imaginario mental y social que tenemos de los hombres que
prestan su cuerpo y su compañía a realizar servicios a mujeres… la reflexión es
bastante diferente, ¿no? La palabra “gigoló”, nos hace hacer una reflexión
bastante opuesta a la actividad femenina: hombre que es
mantenido por una mujer, generalmente mayor que él, a cambio de prestarle su
compañía o de mantener con ella relaciones sexuales” contiene un gran peso de
éxito social, ¿verdad? Para nada lo relacionamos con los conceptos anteriores, si
no todo lo contrario (lo mismo con los actores de la industria de la
pornografía) … Misma situación, pero llevada a cabo por personas de sexo opuesto…
Y sí, hay mucha más demanda por la parte masculina que la femenina a nivel de
clientela del trabajo sexual… Si hay tanta demanda, ¿será que el sexo
convencional se queda corto para hombres y para las mujeres que rompen con
estas estructuras clásicas del sexo? ¿Será que nos han vendido la moto con la
monogamia? ¿Será que el sexo convencional no complace al deseo, a los fetiches
y las fantasías? ¿Será que cuando hablamos de “confianza en la pareja” se
traduce también a estos deseos, fetiches y fantasías?, y más allá de los
fetiches, las fantasías y la erótica… ¿puede haber personas que, por sus
circunstancias físicas, psicológicas o emocionales, necesiten de estos
servicios? Dejo este tema porque daría para otro post…
En definitiva, la sociedad necesita un cambio de sistema, necesita un
sistema que ampare, proteja, deje decidir y ejercer, y que dé la libre
disposición de que las personas tengan su propia escala de prioridades de cara
a la vida para que nadie se vea desprotegido/a y libre de poder disfrutar de su
actividad laboral sin tener que esconderse de nadie ni de nada.
Clàudia Viñals
Clàudia Viñals Hurtado, nació en el 1988 en Tarragona. Estudió Animación Sociocultural y
Trabajo Social en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona. Desde 2010
trabaja cómo técnica de salud en la entidad H2o Col·lectiu Gai, Lesbià,
Bisexual i Transsexual del Camp de Tarragona. Y desde 2012 es secretaria en
junta de la entidad Assexora’Tgn y responsable del servicio Preservat proyecto
destinado a la atención del colectivo de trabajadoras y trabajadores del sexo
comercial.